Una de las áreas que ha brillado en estos tiempos de atolladeros económicos es la agricultura. Me refiero, a la real, a la que empodera a pequeños y medianos agricultores a reinventarse y producir. Sin embargo, existe otro tipo de “agricultura” que es la que se ha sembrado en las mentes de muchísimos funcionarios. Esa es la que se refiere a la práctica de posponer, posponer y posponer, pensando que otro venga y arregle, componga o transforme lo que nos corresponde a nosotros.
Tomemos, por ejemplo, la gran crisis a la que se acerca la UPR y notará que la misma, en gran parte, ha sido producto de posponer aumentos en los costos por crédito y depender así, casi, en dos terceras partes del gobierno central. Una posible solución que hubiese impulsado a la UPR a sortear la crisis de estos tiempos fue el gradual aumento en los ridículos costos de matrícula.
Eso no se hizo aunque un gobernador anterior lo puso en bandeja de plata y como resultado de ese “dejar para luego”, hoy se pagan las consecuencias de esa posposición enraizada en quienes se supone arreglen, compongan y transformen nuestras instituciones educativas.
La “agricultura” de la posposición no sólo se siembra en nuestros centros educativos, sino también en las corporaciones públicas, en algunos municipios, así como en unas cuantas agencias gubernamentales.
Tomemos, por ejemplo, lo que ocurre en esos municipios que han dependido del Banco Gubernamental de Fomento para “cuadrar” sus finanzas por décadas, mientras han repartido aumentos en salarios y bonos a sus empleados, han construido monumentos faraónicos a manos llenas o han “regalado” enseres eléctricos u otras chucherías en búsqueda de votos, mientras se posponían las acciones renovadoras que propiciarían incentivar el autoempleo, cortar los gastos innecesarios y administrar con sentido de futuro. Esa es la “agricultura” de la posposición, la mentalidad de que otro pagará mis platos rotos y de que podemos seguir la “fiesta” del “vive hoy y paga después”.
En lo que respecta a algunas corporaciones públicas, los ejemplos de la “agricultura” de la dejadez o la posposición también sobran. Basta que examinemos las décadas de derroche en la Autoridad de Energía Eléctrica, en la Autoridad de Carreteras o en la Autoridad de Acueductos para entender que “de aquellas aguas nos vienen estos lodos”.
Es así. La maldita corrupción, el clientismo político y el descarado nepotismo han sido las “aguas” que nos han traído hasta este lodazal del cual no salimos y ahora simulamos asombrarnos por la Gran Estafa que todos permitimos, cuando optamos por hacer como el avestruz y jamás nos atrevimos a denunciar y cambiar lo que estaba mal a nuestro alrededor.
En resumen, la “agricultura” de la posposición es el “software” que como puertorriqueños nos hemos acostumbrado a llevar en nuestras mentes, posiblemente porque de esa manera la vida se nos hace más llevadera.
Vaya usted a cualquier lugar donde esta manera de pensar se haya entronizado y notará personas que se le parecerán a unos “robots” ejecutando sus tareas, empleados posponiendo las exigencias de los ciudadanos para “cuando se pueda” o personas distraídas en cuanto asunto trivial se les ocurra, pero jamás comprometidos con dar la “milla extra”, tan necesaria para ofrecer un genuino servicio de calidad.
Por el contrario, vaya a cualquier agencia o lugar donde existe la mentalidad que abomina la posposición y percibirá que allí se “cultiva” el cumplimiento de una misión a la cual se le da vida mediante el rendimiento de cuentas y la búsqueda continua de la excelencia en el servicio.
¿Estamos llamados, todos, a combatir esa mentalidad que permite cultivar la posposición? Sin duda. Esa manera de pensar es, en gran parte, la misma que nos ha traído hasta aquí, a sorprendernos de que nos han cambiado el País… el mismo que no supimos defender porque podíamos hacerlo otro día.
Pues bien, ese día ha llegado. Lo malo no es la Gran Estafa. Lo peor es la Gran Mentira que todos tejimos, cuando no actuamos a tiempo como pueblo o cuando, como un reguero de gente, pensamos que otros resolverían lo que no nos atrevimos a arreglar por nosotros mismos. ¡Es hora de grandes verdades y de otros “cultivos”!